Mi cuerpo no es mío ¿Mi cuerpo no es mío?

Nerviosismo al interior del salón, inquietud, un dilema: estar o no estar allí. Incesantes movimientos de un pie, manos sudorosas, risas de nervios, interés y pena. Era la atmósfera de aquel curso sobre Educación para la paz, salud sexual y placer en una zona rural de Guanajuato. Medio centenar de mujeres salieron de sus casas para descifrar eso de la sensualidad, la no violencia y el cuerpo. Algunas lo hicieron a escondidas, otras con mentiras y unas más con la esperanza de encontrar respuestas a preguntas empolvadas por la marginación, la ignorancia y el machismo. Se reunieron madres e hijas, abuelas y nietas, vecinas, conocidas… Una pregunta: ¿quién conoce su vulva? Silencio. Esa parte del cuerpo solo fue silencio. Después, empezaron a brotar preguntas y confesiones; ya no había consanguinidad entre ellas, únicamente sororidad. Mujeres que hablaban desde su soledad en un pueblo casi fantasma, en donde los hombres no están porque salieron en busca de certezas, tenían la necesidad de reencontrarse con su cuerpo, de disfrutarlo, pero ¿cómo?

Las más jóvenes no querían que su biografía se convirtiera en un retrato hablado de matrimonio, maltrato, hijos, soledad. Las más grandes se sentían fuera de lugar, una de ellas dijo: «yo ya parí hijos, nunca conocí lo que es el ‘gusto’ y mi cuerpo no es mío», mientras se cubría la cabeza con un rebozo gris, pues atribuía que éste era un templo de Dios. Las demás asintieron convencidas de lo mismo.

El tiempo y la información hicieron que hablaran mucho, lloraran, se reconciliaran con el silencio para volverlo vulva, descubrieron nuevos recovecos del pensamiento, rieron y empezó el gozo. Bastó un lubricante de textura sedosa, aromas a flores, luz tenue, música cadenciosa y mucha voluntad para que estas mujeres le arrebataran al cura de la iglesia, a sus antepasados, a su esposo, a sus hijos, a la doble moral, a las ‘buenas conciencias’ y al olvido, su propio cuerpo. Estiraban sus manos como una bandeja para recibir el hilo líquido que untaban en su cuerpo. Primero las manos, después el cuello, el pecho, las piernas… Recorrían su cuerpo con el miedo que da descubrir nuevos territorios pero con la determinación de una amazona. Allí estaban ellas consigo mismas en comunión.

El ambiente dejó de ser tenso se volvió sensual, pacífico, prístino. Se vislumbraron sonrisas y satisfacción. Estaban dándole una oportunidad a ese “señor” llamado placer, que buscaban en ‘él’, pero que estaba perdido en su propio cuerpo. El tiempo se volvió elástico y ellas con los ojos cerrados se revelaron sus propias respuestas: mi cuerpo es mío y me da placer, mi vulva es color, sonido, aroma, suavidad, ¿por qué no lo sabía? Al finalizar el curso le obsequié un vibrador a la mujer del rebozo gris de 75 años. No le pedí permiso para dárselo porque el derecho al placer, según yo, no se pide, tan sólo se ejerce. Me vio con una sonrisa pícara y lo recibió como quien quiere abrir un regalo sorpresa. Me dijo: «¡Ay señorita pues nunca es tarde ¿verdad?!» Las demás también asintieron ahora con cierta complicidad y ternura.

Lariza Montero. Periodista y educadora sexual, ha escrito en distintos medios de circulación nacional, imparte cursos para mujeres. Es una convencida de que el placer del propio cuerpo a través de las sensaciones y la curiosidad por explorar, es una oportunidad para reivindicarnos con el alma.

T: @larizamontero

Correo electrónico: lariza.montero@gmail.com

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